Realmente se podría decir que la importancia de la abeja es inversamente proporcional a su tamaño, hasta el punto de poder afirmar que por el papel predominante que tiene en la cadena alimenticia y ecológica, si un día desapareciera de nuestros bosques, sería el principio del fin de la especie humana. Efectivamente el proceso de polinización en que la abeja es agente esencial, es un importante eslabón en el proceso generador de la vida ya que permite gran parte de la floración de las especies vegetales y con ello el mantenimiento del mundo tal como lo conocemos.
Abejas y flores forman un todo indisociable. Sus relaciones mutuamente beneficiosas son en gran parte responsables de la biodiversidad vegetal que conocemos hoy; las abejas contribuyen a la reproducción sexual y, por consiguiente, a la supervivencia y a la evolución de más del 80% de plantas de flor.
La actividad polinizadora de las abejas domésticas da a la apicultura un papel determinante en la ecología mundial de las plantas de flor. Más de 200.000 especies de plantas con flor de todo el mundo dependen de las abejas para ser polinizadas.
Sin embargo, esta ecología está sometida a las modificaciones ambientales, y en especial a las que se deben a la influencia humana.
Esta es la razón por la cual la abeja, indicadora privilegiada de la salud del medio ambiente también padece los impactos ambientales negativos.
Actualmente, la actividad polinizadora de las abejas es fundamental para la supervivencia de la vegetación natural. Sin fecundación, la flor se muere y el ovario no se transforma en fruto, ni el óvulo en semillas.
Si desaparecieran las abejas, la reproducción sexual de las especias melitófilas, su capacidad de producir frutos y finalmente su supervivencia estarían en peligro. Y si esta mayoría de especies acabase desapareciendo, los animales que de ellas se alimentan sufrirían las consecuencias.
SIN LAS ABEJAS, LA VIDA EN LA TIERRA SERÍA CASI IMPOSIBLE
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